05/11/2025
El cardiólogo y divulgador Jorge Tartaglione encendió la alarma: la salud mental atraviesa una crisis silenciosa. El exceso de presión, las redes sociales y la falta de escucha están afectando a los más jóvenes, y la clave -dice- está en volver a hablar.
Vivimos el momento de mayor conexión tecnológica de la historia... y también el de mayor desconexión emocional.
Tartaglione lo resume con una frase potente:
"Tenés conexión, pero estás solo."
Los adolescentes, dice, están expuestos a una exigencia constante: rendimiento perfecto, cuerpo perfecto, vida perfecta. Todo filtrado por el lente implacable de las redes sociales.
En Buenos Aires, más de una internación por día se debe a crisis mentales en menores o intentos de suicidio.
El 55% de los casos involucra chicos menores de 15 años, y el 77% son mujeres.
Son cifras que duelen, pero sobre todo que muestran lo poco que se habla del tema.
Para Tartaglione, el mayor enemigo de la salud mental no son las redes ni la presión social: es el silencio.
"Nadie quiere hablar de salud mental. Sigue siendo un estigma. No hay que tenerle miedo a la medicación ni a pedir ayuda."
El problema, explica, es que la rutina, el trabajo y la velocidad de la vida moderna dejan cada vez menos lugar para escuchar.
"Vivimos muy apurados. Falta atención, falta conversación, falta estar sentado y hablar."
El especialista advierte que hay que prestar especial atención entre los 11 y los 16 años, un momento en el que se forma la identidad, la autoestima y la forma de relacionarse con el mundo.
Ahí es donde más duele el rechazo, donde el like se convierte en validación y el silencio puede ser un grito.
La salida, según Tartaglione, empieza en casa.
"Si sos padre, tío o abuelo, tenés que escuchar. No juzgar, no minimizar. Escuchar de verdad."
La escuela y los clubes también tienen un rol fundamental, pero todo parte de algo tan simple como poderoso: hablar.
La salud mental no se soluciona con filtros ni con frases motivacionales. Se construye en el vínculo, en la palabra y en la empatía. Porque al final, el mayor acto de amor que podemos tener por alguien -y por nosotros mismos- sigue siendo el más básico de todos: escuchar.
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