06/06/2025
El abrupto quiebre entre Elon Musk y Donald Trump dejó de ser una anécdota política para transformarse en una bomba financiera. En solo un mes, Tesla perdió 152 mil millones de dólares en capitalización bursátil, impulsada por temores de represalias y tensiones crecientes en la relación con el expresidente estadounidense. Mientras el mercado tiembla, la batalla de egos entre dos de los hombres más poderosos del planeta podría tener consecuencias aún más profundas para el futuro de la automotriz.
Cuando dos gigantes como Elon Musk y Donald Trump rompen su vínculo, no es solo un episodio mediático. Las consecuencias se sienten, y fuerte. Desde que comenzaron las tensiones entre ambos -un vínculo que durante años fue funcional, con intereses cruzados en torno al poder, la economía y la tecnología-, la cotización bursátil de Tesla se desplomó brutalmente: 152 mil millones de dólares evaporados del mercado en apenas un mes.
La ruptura, según reveló Wired, no es nueva pero sí se intensificó recientemente. Trump, molesto por la cercanía de Musk con el presidente Joe Biden y la promoción de políticas que no favorecen a su agenda, habría iniciado una campaña silenciosa pero efectiva para dañar la imagen de Tesla entre sus votantes e inversores aliados. En paralelo, Musk endureció su discurso contra ciertas propuestas conservadoras, aumentando la grieta entre ambos.
Durante años, Musk y Trump jugaron una extraña danza de conveniencia. Aunque ideológicamente distantes en muchos temas, ambos entendían que sus figuras se potenciaban. Trump necesitaba del aura tecnológica de Musk para mostrarse moderno y pro-innovación. Musk, por su parte, encontraba en Trump un escudo frente a regulaciones que amenazaban su imperio.
Ese equilibrio se quebró con el paso del tiempo. Cuando Musk criticó abiertamente algunas políticas climáticas de la administración Trump -como la salida del Acuerdo de París- y se alineó más con ciertas iniciativas demócratas relacionadas al vehículo eléctrico, la relación empezó a enfriarse. La gota que colmó el vaso fue, según trascendidos, la negativa de Musk a ofrecer un apoyo público a la nueva campaña presidencial de Trump para 2024.
Más allá de las razones personales o ideológicas, lo cierto es que los mercados respondieron con dureza. La caída del valor de Tesla en el último mes refleja no solo el temor a represalias políticas (posibles trabas a contratos, auditorías, o regulaciones específicas), sino también el miedo a que Musk se desenfoque.
Varios analistas de Wall Street ya advirtieron que la excesiva exposición pública de Musk -enfrentándose no solo a Trump, sino también a otros líderes, opinando en redes sobre política internacional y local- podría desviar su atención de los objetivos clave de Tesla: ventas, producción, innovación.
La empresa, que ya venía enfrentando una feroz competencia en el mercado global del auto eléctrico (especialmente por parte de marcas chinas), ahora suma un riesgo político interno que complica aún más su panorama.
Estados con gobernadores republicanos que antes abrían puertas para fábricas o subsidios ahora podrían mirar con otros ojos a la automotriz. Algunos medios ya reportan que sectores conservadores estarían presionando para revisar beneficios fiscales que recibe la compañía.
Incluso los consumidores fieles al expresidente, que representan un porcentaje considerable del mercado estadounidense, podrían migrar a marcas "menos asociadas" con el establishment demócrata o con figuras que critican a Trump.
En el fondo, este conflicto no es solo económico. Es cultural. Musk se ha transformado en una figura ambigua: dueño de una narrativa "anti-sistema", pero al mismo tiempo millonario, influyente y cada vez más cercano a los centros de poder tradicionales. Esa ambigüedad lo aleja de la base trumpista que, durante mucho tiempo, lo admiró como símbolo de rebeldía empresarial.
Trump, por su parte, sabe capitalizar esas contradicciones. Su estrategia de polarización le exige enemigos claros. Y qué mejor que alguien como Musk: una figura mediática, con una base enorme de seguidores, y que puede ser presentado como "traidor" al ideal libertario que tanto promovió.
Es difícil predecir si este enfrentamiento tendrá una reconciliación. Ambos líderes son conocidos por su ego, su necesidad de control narrativo y su intolerancia al desacuerdo. Por ahora, los daños están a la vista: miles de millones de dólares perdidos en los mercados, tensiones crecientes en los directorios de Tesla, y un futuro incierto.
Pero también hay algo más profundo: el vínculo entre poder político y poder tecnológico está mutando. Ya no alcanza con ser innovador. Las grandes figuras de Silicon Valley deben, cada vez más, jugar el ajedrez político con cuidado, porque un paso en falso puede costarles una fortuna.
Y mientras Trump busca volver a la Casa Blanca y Musk sigue diversificando sus negocios y su influencia, el conflicto promete seguir escalando.
Tesla, en el medio, paga el precio.
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